México en llamas by Alejandro Basañez Loyola

México en llamas by Alejandro Basañez Loyola

autor:Alejandro Basañez Loyola
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
publicado: 2012-12-16T23:00:00+00:00


25

Díaz se va y llega Madero

DON PORFIRIO LLEVABA CINCO minutos sin articular palabra alguna. Su mirada se encontraba perdida entre los paisajes de la sierra madre veracruzana, que se asomaban nítidamente en la ventana de su vagón rumbo a su último adiós en Veracruz. Qué lejos se veían los días en los que él y su hermano Félix eran jóvenes, y ante ellos había todo un mundo de posibilidades en su lucha contra los conservadores y los franceses. Don Porfirio estaba abatido. Desde su salida de la capital, dos dolores lo torturaban inclementemente: uno, el insoportable dolor de muela que le taladraba media mandíbula como un verdugo de la inquisición; y el otro, el dolor moral de ser expulsado de su propio país como un criminal y asesino al que se le perdonaba la vida.

Los días anteriores, don Porfirio sintió una extraña sensación de decepción y miedo, al ver a la gigantesca muchedumbre fuera de control afuera de su casa de la calle de la cadena, gritando «Fuera Porfirio Díaz». De no haber sido por la ayuda del representante de la Revolución en la ciudad de México, el ingeniero Alfredo Robles Domínguez, y por la gendarmería montada que disolvió a varios grupos de manifestantes que amenazaban con introducirse a su casa para lincharlo, quién sabe como hubiera terminado todo eso. No tenía caso arriesgarse más; a sus 80 años había visto y vivido de todo, por su seguridad propia y la de su familia, lo mejor era partir, y por eso firmó su renuncia el 25 de mayo de 1911.

En su sentir, él pensaba que su expulsión era una muestra de irresponsabilidad y mal agradecimiento del ingrato pueblo mexicano, y que pronto se sentirían las consecuencias del error de haberlo mandado al exilio. Madero era un loco ingenuo que estaba jugando con el pueblo, como un desquiciado que trata de agarrar una cobra con las manos; al final la fatal mordedura sobrevendría.

El tren partió a las 4:15 de la mañana del día 26 de mayo de 1911 con rumbo a Veracruz por la vía del Ferrocarril Interoceánico. Media hora antes había partido el convoy que conducía la escolta, que comandaba el general Victoriano Huerta, el teniente coronel Joaquín Chicaro y una compañía de zapadores junto con la guardia presidencial.

Existía la posibilidad de que el tren de Porfirio pudiera ser atacado por fuerzas zapatistas o rebeldes y había que prevenir cualquier sorpresa.

—¿Te sientes bien, Porfirio? —le preguntó Carmen Romero.

—Siento una nostalgia espantosa, Carmelita. Siento que nunca más volveré a pisar y mirar estas tierras. Siento que este es un tren que me lleva al infierno.

Carmen prefirió no molestar más a su esposo, así como los otros acompañantes, que optaron por dejarlo meditar sobre su situación, por lo menos en lo que el tren llegaba hasta el puerto de Veracruz.

Victoriano Huerta estaba de vuelta en el poder. Meses antes no era más que un profesor de matemáticas en la ciudad de México, que había pedido humildemente una recomendación a Regino Canales para colaborar de nuevo con el ejército de Díaz.



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